Thursday, May 21, 2009

Some poems from eight grade

Acabo de darme cuenta
J.W. von Goethe traccion por Monyka Salazar

Acabo de darme cuenta de una conclusion que da miedo,
que yo soy el elemento decisivo.
Que es mi aproche personal lo que crea el clima.
Que es mi humor lo que hace la condicion atmosferica.

Yo poseo tremendo poder para hacer la vida miserable o alegre.
Yo puedo ser una herramienta de tortura o un instrumento de inspiracion.
Yo puedo humillar o complacer, lastimar o curar.

En todas las situaciones es mi respuesta la que decide si una crisis se intensifica o se desintensifica y una persona es humanizada o deshumanizada.

Si tratamos a la gente como es, las hacemos peor.
Si tratamos a la gente como deberian de ser, las ayudamos a ser lo que ellas son capaces de ser.



EL MERCADO

La lumbre del sol hermosa
deja el imperio del cielo
a la sombra temerosa,
pero la noche amorosa
tiende su estrellado velo.

Muestra apenas su camino
la nueva luna en la esfera:
el lucero vespertino,
sobre el alta cordillera,
lanza su rayo divino.

Dibujan las llamas puras
de encendidas luminarias,
entre las sombras oscuras,
en bien marcadas figuras
del pueblo las calles varias.

Las que desde el monte vistas
por sorprendido viajero,
forman a sus ojos listas
de trémulo reverbero
y de fantásticas vistas.





Las Rosas… (autor anónimo)

Era una vez un hombre que había tomado en un jardín un ramo de rosas.

Unas eran blancas, otras rojas, otras amarillas.

Y como eran tan bellas, el hombre emprendió un viaje en busca del Maestro, para dejar el ramo a sus pies.

Llevaba ya recorrida buena parte del camino, cuando encontró a un niño abandonado que lloraba desesperadamente.

Entonces se sentó a su lado, procurando consolarle.

Y cuando lo vió más sereno continuó de nuevo la ruta, dejándole una de las rosas que le llevaba al Maestro.

Un poco más allá halló junto al camino a una viuda que estaba sumida en honda aflicción.

Y se detuvo y le dió de su sabiduría, y para aliviarse de su pena, el hombre le ofreció otra rosa de las más bellas que arrancara para ponerlas a las plantas del Maestro.

Más tarde se cruzó en la senda con una joven, y era tan hermosa, que al mirarla sintió que su corazón ardía en amor…

Y olvidando lo que iba a buscar, en su admiración dió a la joven una rosa, la mejor de todas, que tenía aún en sus pétalos perlas de rocio y que había juzgado digno presente para su Maestro.

Un poco más allá encontró a una muchacha que bailaba y cantaba.

La niña era tan linda y alegre, que se entretuvo con ella largo tiempo, y en pago del placer que le había proporcionado en sus danzas y canciones, le arrojó una de las rosas de las que estaban destinadas al Maestro.

Luego, cuando había andado buen trecho del camino, vió a un hombre que lo ultrajó y le insultó sin motivo.

Y él, piadoso le dió una de sus rosas y el odio del que lo atacaba se aplacó a la vista de la flor que hubiera debido caer a los pies del Maestro.

Y así en el transcurso del día, fue repartiendo rosas a los pobres y a los aflijidos, a los alegres y a los malos.

Y cuando llegó la noche y se vió ante el Maestro no se atrevió a levantar los ojos, avergonzado al ver que no le quedaba ya ni una sola rosa para poner a sus pies.

Y en medio de su humillación oyó la voz del Maestro que le decía: “Muy queridas me son las rosas que me diste, hijo mio”.

Y entonces el hombre se atrevió a levantar su inclinada frente.

Y vió con admiración, que todas las rosas que él había repartido, estaban sobre el corazón del Maestro.





HOMBRES NECIOS
Por SOR JUANA INES DE LA CRUZ

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿porque queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a loa que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Que humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
el mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual
quejandoos, si os tratan mal,
burlandoos, si os quieren bien.
Opinión, ninguna gana;
pues la que más se rescata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejáos en hora buena.
Dan vuestra amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues, ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

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